En muchos pueblos del Chocó, y en especial en sus regiones campesinas, existe la creencia, casi ciega y generalizada, de distintos mitos antropomorfos masculinos y femeninos.
Quién no ha escuchado hablar de la Madremonte, por ejemplo, de la Patasola, la Madreagua y la Viudita; el Mohán, la Llorona, el Judío Errante, el Perro Negro, el Anima Sola, la Mula de Cuaresma y la Tunda o Pata de Molinillo.
Algunos mitos son malos y vengativos; otros, chanceros y juguetones. Unos simplemente asustan; otros, son hasta antropófagos; unos son inofensivos y otros, aunque producen susto, despiertan compasión.
Para nosotros, los mitos no solo son una realidad contada si no una realidad vivida que, de una u otra forma, pertenecen a nuestro folclor, por que han penetrado intensamente en el alma de las gentes y forman parte de ese inventario de cosas que se llama “Saber Popular”. En una palabra, los mitos son hechos folclóricos colectivos, porque son comunes a un conglomerado que los usufructúa y los transmite de generación en generación. He aquí el gran papel de la tradición oral como forma eficaz de sustentar y conservar la memoria colectiva e individual del pasado.
Hay que reconocer en nuestro campesino ese ingenio y ese virtuosismo verbal para transmitir ideas y pensamientos. Sus auditorios naturales, caracterizados por la espontaneidad de sus tertulios, permanecen casi absortos hasta la gnosis, por esa magia del saber contar y transmitir creencias y cosas que brotan de su fondo emocional, expresadas a través de un juego especial de imágenes y símbolos que cautivan la atención de los escuchas, los desplaza en el tiempo y el espacio y los hace protagonistas de dramas fantásticos y truculentos. Esto es apenas natural entenderlo si tenemos en cuenta que quien trasmita o narra ha de crear un ambiente propicio en el receptor, emplear con habilidad la fantasía, la sensibilidad y la sensación e involucrarse en la narración misma o en el relato, mediante el poder de la palabra para que su mensaje llegué a plenitud con energía vital.
El mito como lo concebimos y entendemos influye en nuestro mundo y nuestro destino; de allí que hayamos dicho que aquel no es una realidad contada sino vivida. Es difícil convencer a un campesino -y entre más campesino, más difícil- que el duende, por ejemplo, no provoca tempestades, cuida y destruye los campos y las cosechas; se presenta en forma de enano o de niño, lleva sombrero de paja de alas enormes, toca flauta o tiple, se esconde en los tejados de las casas, tira piedras, persigue a las muchachas casaderas, y que son criaturas que deambulan por que murieron sin bautizar.
También es imposible hacerlo cambiar de opinión en cuanto a que las brujas no son mujeres hechiceras que tienen pacto con el diablo, que viajan por las noches, sobre todo lunes y viernes, en palos de escoba, canastos o cáscaras de huevo; que dan aletazos en los techos de las casas; y ríen con estruendosas carcajadas; que nunca duermen; que tienen narices largas y cabellera desordenada; que les chupan la sangre a los recién nacidos y se lo roban; que hacen maleficios y que para alejarlas hay que colocar una escoba detrás de la puerta, hacer cuatro cruces en el suelo, poner dos machetes en cruz o rezar el credo al revés.
En Chocó existen muchos mitos relacionados con otros mitos de Colombia y, si se quiere, con mitos de Europa y África, obviamente con sus connotaciones regionales o propias. El permanente contacto entre elementos sociales y culturales que conforman la etnia colombiana y latinoamericana trajo como consecuencia el hibridismo racial y cultural, y el surgimiento de un pueblo indiscutiblemente mestizo. De aquí se deriva la semejanza de mitos chocoanos con otros mitos, su supervivencia y continuidad.
En concreto, los mitos están, pues, estrechamente relacionados con otros mitos que, a decir verdad, tienen raíces milenarias en pueblos y continentes distantes, pero con adaptaciones autenticas que se conciben como nuestra propia realidad, en nuestro propio medio, con una idiosincrasia que nos pertenece. De ellos se presentan aquí unas buenas muestras con el convencimiento de que no son invenciones arbitrarias de nuestra sociedad, porque sus orígenes enlazan a los gérmenes mismos de nuestro pensamiento y nuestro lenguaje.
Es uno de los mitos más populares y difundidos en América. Según la creencia, hay dos tipos de duende: uno juguetón y otro malévolo.
Por lo regular, el duende es bajito y rechoncho, con aspecto juvenil y usa trajes brillantes o de color vivo para llamar la atención. A menudo protege su rostro con un sombrero de alas grandes de paja. Este tipo de duende vive en el espesor de los bosques, sobre los árboles. Cuando quiere molestar apela a la ociosidad, escondiéndole el dedal a las amas de casa, el hilo y la aguja; y al jornalero, ocultándole el azadón, el machete, el barretón, o la pala. En la cocina esconde el molinillo, la mano de moler, bota el agua de las ollas, sala la sopa. En las habitaciones esconde los zapatos, las medias, la ropa o apaga la luz; destiende las sabanas de la cama y tira las almohadas al suelo. Del duende juguetón se dice que ríe a carcajadas en los cielos rasos y toca flauta recostado contra los troncos de los árboles.
Al duende malévolo le gusta hacer ruidos insólitos que causan terror o espanto; se posesiona de las casas ajenas y las atormenta: tira piedras, verdaderas lluvias de piedra contra sus techos y paredes. Ensucia las comidas con estiércol, quiebra los platos, bota o dobla las cucharas, persigue a las muchachas adolescentes, las pellizca, les toca las nalgas, les coge los senos y se las aprieta hasta hacerlas llorar; las muerde, las empuja y las hace caer. A los niños les chupa la sangre mientras duermen, les pega y les hecha agua en la cara.
Este tipo de duende es peligroso cuando está enamorado y no es correspondido, o cuando tiene rival. Si esto ocurre, le raja la ropa a su pretendiente, la asusta a medida noche, la chuza con alfileres, la hace caer de la cama y la golpea. Al contendor lo asusta cuando va de visita, presentándosele como un sapo enorme o una culebra gigantesca, a mitad del camino. Si la novia le brinda un fresco, se lo derrama en la camisa; si enciende un cigarrillo, le quema la boca; si trata de sentarse le quita el asiento para que se caiga y si está de pie le golpea las rodillas para tumbarlo. En fin, si nada de esto ocurre hace que la novia le lleve la contraria en todo hasta que se termine la relación.
En muchas regiones se cree que el duende es un alma que se fue de este mundo si ser bautizada.
“Que las hay, las hay; pero no hay que creer en ellas”, se dice popularmente. De ellas se afirma que son mujeres hechiceras que tienen pacto con el diablo y que acostumbran viajar emprendiendo vuelos por las noches, a través de sus senos que convierten en alas, o simplemente viajan en palos de escobas y canastos, porque durante el día les está prohibido hacerlo. Para poder volar es menester que no coman sal, pues las que lo hacen corren el peligro de desplomarse de las alturas.
Las brujas pueden aparecer bajo diferentes formas: una muy común es la de transformarse en murciélago y chuparse la sangre de los recién nacidos; también, puede hacerlo en forma de gallina, gato o culebra.
A las brujas les gusta posar en los techos de las casas y reír a carcajadas. Asustan tanto a jóvenes como a viejos, pero tienen preferencia por los niños a quienes de noche besan, dejándoles en sus mejillas tiernas, el sello de su boca y el morado del efecto chupador. A éstos no pocas veces se los llevan para el monte, de donde sus padres o familiares tienen que sacarlos.
Para alejarlas de la casa se debe colocar una escoba detrás de la puerta principal de la casa. Para que no hagan daño, se acostumbra llevar una flor de ruda en los bolsillos o poner ajos debajo de las almohadas; también, se riega la cama con hojas de mostaza o granos de arroz mezclados con cebada. A los niños le colocan escapularios y medallas para alejarlos de su influencia.
Para atraparlas, lo más efectivo es regar sal en la casa. Algunos acostumbran mezclarla con pimienta; y se dice que cuando mueren les chilla un gato o un sapo en el estómago.
Las brujas son el mito antropomorfo más temido por nuestras sociedades campesinas. Por lo regular, son mujeres de cierta edad, aspecto desapacible, y ojos enrojecidos y desorbitados por el permanente trasnocho al que están sometidas. Lucen cabellos desordenados y vestidos deshilachados; tienen narices largas y puntiagudas, y caminan encorvadas por el peso y el paso de los años, que no perdonan. Para ver mejor en la oscuridad dizque le prestan los ojos al gato, a la lechuza o al búho.
Es la máxima representación del mal; toma los nombres de el Putas, el Demonio, el Mandingas, el Diantre, el Ángel Malo, Lucifer, Belcebú, Biruñas, Cantuña, Satanás y el Espíritu del Mal.
En la mitología universal, el diablo está representado por un hombre negro, ordinario y feo, con cuernos, rabo y pezuñas, que echa candela por los ojos, armado de un largo tridente, con colmillos sobresaliente y enmarcado por una carcajada medrosa, alimentada por las llamas que expide y el humo nauseabundo que lo envuelve.
El diablo tienta tanto a hombres como a mujeres; tiene un alto poder sobre la naturaleza material para obrar y suele tomar formas para salirse con las suyas. Así puede transformarse en perro, mula, búho, tigre, murciélago, gato, toro, gallina o pato; en fin, en lo que quiera para causar el mal. Solo un crucifijo, la expresión “Ave María Purísima”, el agua vendita, el escapulario con la imagen de la Virgen del Carmen, o el Santo Rosario lo pueden alejar.
Vale la pena recordar que el Antiguo Testamento hace alusión a Lucifer y a los ángeles que se rebelaron contra Dios, y su expulsión al Infierno. Esta tradición se difundió a todo el cristianismo y se convirtió en la más grande expresión del mal y del pecado.
Por extensión, la palabra “Diablo” suele aplicarse a los niños bastantes traviesos, indóciles e inquietos; igualmente a las personas muy feas; también se emplea como interjección.
Algunos lo describen como un indio viejo, cubierto de musgos, de uñas largas en forma de lanza, que vive en las montañas, en los playones de los ríos, en las rocas cercanas a las quebradas y en la ciénagas. Tiene el cuerpo peludo y con una cabellera tupida que le cae sobre la espalda. Sus ojos son de color rojo encendido, con un brillo intenso, que dan apariencia de dos brasas encendidas. Tiene boca grande, dientes enormes, tez quemada por su exposición al sol, barba tupida y cabeza gigantesca. En general, ofrece un aspecto demoníaco.
Este ser mítico, así llamado, es considerado por casi todos los campesinos como la deidad masculina de los ríos. Es juguetón y libertino, dicen los pescadores, a quienes les enreda el anzuelo o la atarraya, les daña el copón, les arranca las estacas, les corta el hilo de la tola o del balandro. Acostumbra, cuando el día está calentando, tomar el sol cerca de las peñas alrededor de los charcos donde guarda o cuida tesoros consistentes en piedras preciosas; por esta razón, las lavanderas, a quienes gusta perseguir, deben madrugar a su oficio para evitar el encuentro.
El Mohán, dicen, influye en las crecientes y, como se siente dueño de los ríos, riachuelos, arroyos y quebradas, ataca o toma del pelo de manera de advertencia a quienes invaden su dominio; por ello tiene a los pescadores en su mira, a quienes no solamente hace bromas pesadas sino que, en muchas ocasiones, les voltea la canoa, los ahoga y los devora cuando persisten en invadir sus pertenencias.
A más de ser enamorador y obsequioso con las adolescentes, a las que persigue a toda costa, el mohán sabe de brujerías y es gran fumador de tabaco; por eso, para entretenerlo o calmarlo le dejan en sus dominios paquetes de cigarrillos y puchos de sal, que también apetece.
El Mohán puede transformarse en oso, león o tigre, según las circunstancias.
Se dice que en este caserío vivían dos compadres brujos que, a primera oportunidad, trataron de competir en conocimientos. Uno se transformaba en gallina y otro en pavo; uno en tortuga y el otro en perro, y así sucesivamente. El escenario de sus alardes y demostraciones era el tramo de la carretera Quibdo – Tutunendo.
Una vez uno de los compadres se encontró, a mitad del camino, una curiosa tortuga; la recogió y se la echó al hombro, pero a medida que avanzaba observaba que aquella crecía en tamaño y, obviamente, en peso, hasta que no pudiendo soportarla más la arrojó al suelo. Cuál no sería su sorpresa al verla transformada en su compadre rival, quien socarronamente atinó a decirle: “Gracias, compadre por cargarme; hoy tenía pereza de caminar” y desapareció misteriosamente para esperarlo en Tutunendo, muerto de risa.
Al compadre no le gustó el juego y juró vengarse de alguna manera. Fue así como otro día se fue de caza por las cercanías del Icho, cuando a pocos metros de distancia se encontró en frente a un tigre descomunal con apariencia humana. El animal se le plantó en actitud de ataque y se lanzó para devorarlo, pero el compadre se defendió con la misma habilidad del felino. “Este es mi compadre”, se dijo para sus adentros, y sin pérdida de tiempo rezó el credo al revés, oración apropiada para hacerlo inofensivo y para que no recuperará su estado antropomorfo. Y así fue. El compadre se quedó definitivamente transformado en tigre y se dedicó a arrasar porquerizas y gallineros, devorar vacas y acabar con cuanto animal doméstico encontraba a su paso.
El Mohán había sembrado el pánico en el pueblo de Icho; pues al final de recorrido atacaba indiscriminadamente a niños, jóvenes y adultos. Fue, entonces cuando el señor Marcial Gamboa, veterano de la Guerra de los Mil Días, viejo conocedor de la región y sus misterios, preparo su rifle con dos balas en cruz y se dedicó al acecho de la bestia. Al avistarla bastó con dispararle una sola carga para que, herida mortalmente, dando balazos y lanzando mugidos estruendosos, se estrellara aparatosamente contra los árboles y la maleza de la selva, como si se tratara de una operación exterminio de la naturaleza. Ya agónico, un indio le atravesó el corazón con una lanza de palma, ante el peligro de que, como el ave fénix, la fiera se levantara de entre las ruinas.
Quienes tuvieron la ocasión de ver aquel Mohán depredador aseguran que medía unos tres metros de largo por dos de alto y pesaba más de ochocientos (800) kilos; tenia garras descomunales, en forma de arpón, y confirmaron la visión de su apariencia humana.
Es la hembra del Mohán. Se dice que es bastante parecida a la Madre de Agua, pero se diferencia de ésta porque es más agresiva. Persigue los niños hasta ahogarlos y comérselos, sobre todo, cuando nadando en la orilla del río ensucian el agua. A los bañistas y pescadores les voltea la canoa, los hunde y los devora cortándoles la cabeza de un solo tajo. No permite que le revuelvan la superficie del agua donde flota placidamente.
La Mohana, como ya se advierte, es violenta y no tiene nada de juguetona ni embaucadora como el Mohán. No sabe de brujerías como éste, ni fuma tabaco, ni le gusta la sal; tampoco se transforma en tigre, oso o león, se presenta ofensiva, dando alaridos estrepitosos antes de atacar a su victima. Es una mujer amargada, vieja, esquelética, de pelo erizado y muy largo; dientes afilados, uñas encorvadas y puntiagudas en forma de garra; boca enorme y desproporcionada; cabeza cuadrada y ojos grandes y desencajados que chisporrotean a la distancia.
Este mito está representado por un indio de cabellera larga y espesa que le cubre el rostro y le llega hasta los hombros. Tiene ojos grandes y desorbitados que parecen salírsele de sus hondas cuencas. Estos son de color rojizo e intenso brillo, que le sirven para alumbrarse en el fondo de los ríos y las quebradas donde mora. Se dice que es el mejor custodio o guardián de los peces; en general, de la pequeña fauna. Es por ello que cuando desde la profundidad avista un instrumento de pesca, emerge con rapidez inusitada y, de inmediato, se pronuncia enredando anzuelos, rompiendo o enmarañando atarrayas, chinchorros y copones; desarticulando trincheras y cortando el hilo de las tolas y boyas hasta lograr su objetivo, cual es liberar a los peces de las garras del pescador intruso, su enemigo número uno, al que ataca y ahoga sin misericordia cuando persiste en invadir sus dominios y arruinar las especies acuáticas, que vigila con esmero.
Para impedir la acción del pescador, no pocas veces hace crecer los ríos y provoca inundaciones, sobre las que algunos lo han visto caminar, por arte de magia, con sus ojos escrutadores en actitud vigilante.
El Indio de Agua, según la tradición oral, en algo se parece a un tipo de Mohán inofensivo que habita las orillas de los ríos y los alrededores de las quebradas. Este Mohán es de espíritu juguetón, travieso, andariego y tramador, a diferencia del Mohán libertino y antropófago.
Es considerada por los campesinos de casi todas las regiones del Chocó como una especie de deidad tutelar de los montes y las selvas; se viste con chamizas, bejucos, hojas y ramas de árboles y se enraíza en los pantanos. Es alta y corpulenta, con ojos desorbitados, de los que hace brotar chispas de candela. Tiene colmillos punzantes como los de saíno, tatabro o tiburón. Siempre está cubierta de musgos y su cabellera la protege con un sombrero grande de hojarascas que le ocultan la cara. Quienes la conocen dicen que es mitad mujer y mitad monte y pantano.
La Madremonte se encuentra en el nacimiento de los ríos y quebradas, y cerca de las peñas. Aparece en las zonas donde hay marañas y manigua, entre árboles copiosos.
Su misión es cuidar los bosques, las selvas y en general, la naturaleza. Es por ello que ataca con ferocidad cuando hay vientos, tempestades e inundaciones que acaban con las cosechas y los sembrados. De igual manera, lanza gritos estridentes e infernales, precedidos de quejidos furiosos cuando los taladores de árboles y los cazadores invades sus predios. De ella se dice que atrae, con facilidad, a los leñadores que buscan su sustento en las trochas y los caminos; pues, al escuchar sus chillidos ensordecedores, parece que una fuerza hipnótica les ordenara seguir sus pasos entre los matorrales y la naturaleza, donde les hace extraviar su derrotero, días, semanas y meses. Allá los descuartiza y, finalmente, se los come, dejando como residuo solamente un rimero de huesos deformes.
Cuando hay tempestades y los ríos crecen arrastrando palos, troncos de árboles, ramas y hojas secas, regularmente se dice que ello es debido a que la Madremonte está haciendo limpieza. También se dice que cuando el agua se enturbia o se ensucia, es porque la señora -mitad mujer y mitad monte y pantano-, se está bañando; por ello, es recomendable que esos días nadie beba agua del rió o nade en él, ya que su cuerpo putrefacto deja un olor pestilente que contagia produciendo culebrilla, carácter, buba, sarna o tabardillo.
Para evitar la Madremonte, los campesinos le dejan tabaco en sus parajes, pues ella es buena fumadora o, sencillamente, llevan consigo pepas de calabalonga, medallas y escapularios benditos, y varas de cordoncillo.
La Madremonte, también se comenta, defiende de encarecidamente a las doncellas de los violadores y persigue a morir a los vagabundos y esposos concubinos, cuando éstos salen de pesca o de paseo por los bosques, las fincas o las haciendas. A la Madremonte también se le llama Madreselva o Marimonda.
La Madre de Agua (Marediagua) es, según la creencia, una mujer de cuerpo esbelto, atractiva y hermosa, de cabellera rubia y larga, con buena voz para el canto. Cuando quiere atraer a alguien basta con entonar una canción que escoge especialmente para el momento preciso. Quien la escucha se fascina con el ritmo y la cadencia de su voz melodiosa, con los cuales logra hipnotizar a sus victimas y hacer que la sigan automáticamente hasta un río o una quebrada, para ahogarlas llevándolas después a las profundidades de las aguas, donde tiene su palacio.
La Madre de Agua, se dice, tiene preferencia por los niños a quienes atrae fácilmente con su dulzura y su voz musical pegajosa. Es por ello que los moradores del campo no dejan a sus hijos solos a orillas de los ríos, mientras salen a cumplir sus faenas diarias, pues el peligro de que la Madre de Agua se los lleve es inminente. Los niños flechados por la Madre de Agua se enferman, sueñan con ella, la llaman y la desean fervientemente. Como se dijo antes, basta con que se escuche su voz para seguirla a ciegas, maquinalmente.
Esta mujer escultural y simétrica, según la creencia, también suele presentarse con traje de musgos y lamas, se camufla entre los charcales a la orilla de los ríos, riachuelos y quebradas para atrapar a los pescadores, llevárselos a su estancia subacuática y devorarlos.
Según la versión de los campesinos, la Llorona es una mujer soltera que tuvo un hijo y lo ahogó en una quebrada para borrar su deshonra, y Dios la castigo condenándola a espiar su crimen en todas las quebradas del mundo a donde lleva a su hijo entre sus esqueléticos brazos. Se dice que no cesa de llorar lastimosamente, implorando compasión. Su llanto es tétrico, desesperado, profundo y desgarrador.
La Llorona es una mujer flaca, con ojos brotados y el rostro macilento y cadavérico por el desgaste del llanto y del sufrimiento.
La infortunada mujer no solo hace presencia en las quebradas si no también en las riveras de los ríos, en los riachuelos y en las orillas de los montes.
Quienes la han visto y han escuchado sus lamentos dicen que el drama es inefable: hiela la sangre, pone los pelos de punta y petrifica.
Es, pues, la Llorona, la imagen de la madre que llora el infortunio de haber causado la muerte a su hijo y con gritos letales, angustiosos y conmovedores y con lágrimas amargas paga la deuda de su pecado mortal.
Algunas sociedades la relacionan con una religiosa que después de haber tenido un desliz sexual con un sacerdote, desesperada se suicida y, como una replica del Judío Errante, aparece tarde en las noches en los pueblos donde hay monasterios y conventos, derramando lagrimas y lanzando gritos estrepitosos, y profiriendo frases de pesar y arrepentimiento.
Este mito está representado por una mujer muy bella y provocadora de colmillos bien aguzados. Dicen que es coquetona y que seduce con facilidad a los hombres con su sonrisa cautivante y llena de gracia. El porte simétrico de su cuerpo y sus hermosos cabellos atraen a bien parecidos caballeros, quienes, a primera vista se enamoran perdidamente de ella. Para lograr su cometido lo toma de la mano, con insólitos devaneos los abraza, les pone conversación agradable y con su palabra seductora se los lleva por alrededores solitarios y oscuros. El problema se presenta cuando tiene ocasión el anhelado beso. Este es demoledor y trágico: con sus muelas de hacha tritura ferozmente al enamorado del momento.
La contra de la Muelona es un escapulario de la Virgen del Carmen o una medalla de San Isidro el Labrador. La idea es que aquella, al hipnotizar a sus victimas con sus ojos electrizantes, los interna por intrincados caminos de la selva que sólo conocen los labradores por razones de su habitual oficio; y son ellos, precisamente, quienes al oír el macabro triturar de sus molares, acuden en ayuda de los necesitados.
La Muelona, se dice, no ataca a los miembros de una familia respetable y bien constituida, donde hay niños pequeños, recién nacidos o mujeres embarazadas. A esta mujer con colmillos de felino, algunos campesinos también la llaman “Comilona” por que cuando tiene hambre tritura con igual voracidad un tigre, una vaca, un burro o un caballo.
Es una mujer sesentona que se presenta vestida con atuendo igual al que usaban las viudas en otros tiempos: ropa negra, falda hasta los tobillos y una especie de velo del mismo color que le cubre el rostro y parte del cuerpo. Camina rápidamente.
De la Viudita se dice que sólo se ve la sombra y que cuando visita la casa de un enfermo es anunciación segura de muerte. Los familiares se resignan al presagio y no les queda más que preparar al enfermo para el viaje al más allá; traen a un sacerdote para que los confiesen y le administre los santos oleos; mandan hacer la caja, compran sirios y preparan la sala para el velorio. Algunos dolientes acostumbran sentar al enfermo en la cama, darle un vaso de agua en presencia de un crucifijo para que muera en paz, y le piden que exprese su ultimo deseo. Lo acuestan y en la frente le hacen la señal de la cruz, con agua bendita y empiezan a rezar las oraciones finales.
Si alguna de las pertenencias del candidato o difunto esta en desorden, la ordenan y la guardan en un baúl de madera con llave. Así el muerto no regresara a casa a recoger sus pasos ni molestara, ni asustar a nadie.
Quienes han visto de cerca de la viudita confiesan que es desdentada y tiene apariencia cadavérica. Se dice, además, que tiene la misión de conducir a los borrachos que encuentra a su paso, al cementerio y dejarlos allí muertos de miedo. En otros casos se contenta con asustarlos, es una mujer muy emperifollada que hace mucho ruido con sus enaguas y también arroja fuego por las orbitas deformes de sus ojos llorosos.
Es un mito que tiene asiento en muchas regiones del occidente colombiano, entre ellas el departamento de Chocó. Valga la pena recordar que el mes de noviembre es destinado a los difuntos y se acostumbra rezarles rosarios a la Virgen del Carmen, tanto en las casa como en las iglesias. Para sacarlos de pena y ponerlos a descansar. En otros tiempos existía, en muchos pueblos de Colombia, la costumbre de ofrecer “mandas” a las Benditas Ánimas del Purgatorio, menos a una conocida como “el Ánima Sola” la cual esta condenada a quedarse allí hasta el día del Juicio Final; pero el campesino, a pesar de ello, le tiene devoción.
Como ha purgado tanto tiempo de su castigo, considera que es un alma purificada que tiene el poder del milagro. Algunos aseguran que han sentido su compañía en momentos difíciles de la vida y que han visto su luz protectora. A quienes han dudado de sus favores, dice la creencia, se les ha aparecido envuelta en las llamas de sufrimiento del purgatorio y han quedado desmayados y privados del habla por el susto, durante horas y días.
El Ánima Sola tiene dos días especiales para su devoción: Viernes Santo, después del primer canto del gallo, y el 2 de noviembre, día de las ánimas o los difuntos.
La Pata Sola es un mito de las selvas, que se manifiesta como una figura con una sola pata que termina en una pezuña grande de burro o de caballo, de puerco o de chivo. Es una mujer vieja de cabello áspero y enredado, ojos rojizos y brotados, desnuda, con un solo pecho, boca grande, nariz de gancho, brazos largos, labios gruesos y colmillos de tigre. Con una sola pata da saltos gigantescos y mortales, y avanza con rapidez sorprendente.
Es la madre de los animales del monte, encargada de borrar las huellas o los rastros de los animales perseguidos por otros; pero para que esta operación se cumpla debe caminar al revés es, pues, la Patasola un ser unípedo. A su única pierna se unen los dos muslos. Se dice que es amiga de casi todos los animales montaraces, a los que defiende a capa y espada de otros animales y de los humanos, especialmente de los cazadores, caminantes y colonos.
La Patasola, según versión del campesinado, se transforma en mujer hermosa, motiva y cautiva a los hombres, y se los lleva hasta la espesura de las montañas donde los abandona, unas veces sin ofenderlos; otras, triturándolos con sus puntiagudos colmillos. También suelen transformarse en perro cazador, de orejas grandes, o en una vaca, según las circunstancias. De ella se dice, además, que se roba los niños para chuparles la sangre y después abandonarlos en el monte.
La versión popular dice que la Patasola era una mujer bella, pero que por libertina le amputaron una pierna con un hacha y la arrojaron a una hoguera hecha con tusa de maíz; por eso, no puede ver el hacha, la candela ni las mazorcas de maíz. Para resguardarse de la Patasola los cazadores llevan perros, pues éste es el único animal que siente sus pasos y la avista a distancia, el que mejor conoce los intricados caminos de la selva, dado su oficio de “cazador” y animal domestico que más le teme por que le conoce sus pisadas y su secreto.
Es un mito muy común en el Atrato Abajo. Hace su presencia en lugares al aire libre donde suele prepararse comida del día a trabajadores de finca y jornaleros, en fogones de leña.
No se puede descuidar por un solo instante ollas de arroz y, en especial plátano asado, porque en un abrir y cerrar de ojos aparece sigilosamente esta vieja enloquecida por el hambre, con el estomago pegado a las espaldas, de pelo largo, colmillos salientes, bien afilados y boca descomunal. Simplemente se acerca al fogón y, en menos de lo que canta un gallo, acaba con cuanto alimento tiene a su alcance; pero su especialidad es el plátano asado. De este tubérculo se dice que puede devorar una ración completa, de una sola sentada y como su estomago no tiene fondo, nunca se llena.
La Vieja Comilona pasa de un sitio a otro a esculcar nuevos fogones, orientada por la estela de humo que dejan los tizones y por los ruidos de las hachas, machetes y azadones de labranza.
Este personaje es silencioso e inofensivo. Su única reacción violenta consiste en revolver con cenizas y brasas los alimentos, cuando se le niegan.
Quienes se la han encontrado, dicen haberla visto en el Carmen del Atrato. De ella se cree que sólo aparece en las regiones de Colombia en donde se cría ganado vacuno y caballar, y donde hay caminos de herraduras.
Según testimonios, esta mula aparece después de las doce de la noche, haciendo sonar fuertemente sus herraduras en los empedrados. Se asegura que es una mula grande y muy pesada que prefiere los senderos solitarios y oscuros para alumbrarse con sus ojos de candela y el fuego chisparoso de su boca. Si alguien la ve y quiere evitarla, lo recomendable es dejarla pasar, pues lo que se dice es que los curiosos que han querido seguirla hasta su destino nunca han llegado y han aparecido muertos en el camino, quemados con azufre.
Parece ser que la Mula de Tres Patas es, también, un alma en pena, cuya misión es solamente recorrer los caminos empedrados o de herradura, sin ninguna pretensión.
Es una niña de carne y hueso, completamente vestida de blanco. La impresión que da es la de estar a punto de hacer la primera comunión o de haberla acabado de hacer. Se presenta compungida y bañada en lágrimas, sentada a la vera de los caminos; el rostro lo lleva oculto bajo un velo del mismo color del vestido, y en su mano derecha porta una carta. La carta lleva destinatario y dirección.
La Niña, que a simple vista despierta compasión, suplica al primero que pase que le haga llegar esa carta a su destino, ya que ella dice ser forastera; además, no sabe leer ni escribir. Los caminantes que han oído hablar de la historia salen corriendo ante la solicitud lastimera de su portadora. Los ingenuos reciben la carta de la atribulada niña que, según la historia, fue violada y asesinada el día de su primera comunión en una finca cercana, mientras sus padres le celebraban con entusiasmo y pompa. Al entregarla, la niña instantáneamente desaparece en el aire. Al emisario se le hielan las extremidades debido al miedo y cae al suelo sin conocimiento, derribado por el peso oneroso de la encomienda: ¡pesa tres arrobas!
Es un personaje misterioso que parece tener pacto con el diablo para salir invicto de las peleas. No le entra bala, ni machete, y desaparece de lugares claves, como por arte de magia, ante la mirada atónita de los presentes. De él se dice que se vuelve invisible cuando quiere, reduce su tamaño corporal cuando se le antoja y puede desaparecer por la hendija más pequeña de una puerta o una habitación.
Para desorientar a quien lo persigue, se puede convertir en una silla, una mesa, un perro, un racimo de plátano, una gallina, un pato o una hormiga, según la circunstancia o conveniencia. Quienes han tenido el infortunio de pelear con el Ayudado, obviamente sin saberlo, dicen que su experiencia es la de haber enfrentado a un hombre supremamente ágil y diestro en tirar golpes con mano de plomo o de hierro, sin recibir ninguno a cambio. Si por accidente sufre un desliz y cae al suelo, se levanta como un resorte y salta de un lugar a otro con la velocidad de la luz. De sus ojos brotan chispas de candela y de su boca espumarajos de ira.
Los Ayudados, según los entendidos, pueden obtener o poseer todo lo que deseen, con tal de que les vendan su alma al diablo. El dinero que consiguen, por ejemplo, lo duplican, triplican o cuadruplican cuantas veces quieran, a condiciones de que tienen que gastarlo el mismo día o si no se les convierte en piedra u hojas secas y el diablo les arranca el alma con un tridente.
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