La magia de la sabana llanera es tan extensa como el número de historias y versiones que pasan de generación en generación por esta región.
Los indígenas sikuani, aseguran haber visto morir a mujeres jóvenes postradas y muy flacas. Según la creencia a estas mujeres no les “rezaron el pescado”. En esta comunidad el rezo del pescado es sagrado. La costumbre dice que desde que nazca una niña la madre se encarga de criarla, enseñándole sus labores en la aldea y los secretos para que más adelante pueda convivir con un hombre.
Lo ideal es que dentro de los primeros tres meses después de la menstruación la mujer tenga poco o ningún contacto con lo exterior, tiempo en el cual debe ir preparando su espíritu. No debe ir a bañarse al río porque, según los indígenas, los pescados se llevarían su alma y la pondrían a soñar con cosas materiales persuadiéndola del buen camino hasta que muere. Pasados los noventa días, el chamán (médico de la comunidad) organiza y preside una ceremonia en la que se reza un pescado y se nombran todas las clases de peces que hay en la región para que ninguno pueda hacerle daño a la mujer.
La leyenda habla de un hombre blanco que enamoró y se casó con dos indígenas hermanas que vivían en una aldea.
Las jóvenes tenían varios hermanos que vivían con el resto de la familia en una comunidad ubicada a un día de camino y cada vez que iban a ver a sus hermanas les pedían que fueran a visitar a sus padres. Pero a pesar de la insistencia de ellos y del hombre blanco, las dos hermanas nunca regresaron a su aldea natal, ni siquiera cuando murió el padre. Cuando les dieron la noticia de la muerte pensaron que se trataba de una mentira para convencerlas a ir la otra aldea.
Al cabo de cuatro años los indígenas, según la tradición, fueron a trasladar los restos del padre, un ritual de esta etnia que se realizaba cada vez que un grupo se trasteaba a otra aldea a la que llamaban cacho de venado.
Aún así, las hermanas seguían empeñadas en no regresar, pero la familia creía que el motivo era el esposo que no las dejaba. Sin embrago, el hombre blanco asistió a la ceremonia del cacho de venado y los hermanos, embriagados con yaraque (dulce de caña fermentada) y chicha (maíz fermentado) decidieron cortarle la cabeza al blanco. Su alma de inmediato se trasladó a la aldea de las mujeres, les contó lo que acababa de pasar y las convirtió en tonina (delfín rosado) y manatí.
Considerada como una de las leyendas más conocidas del llano, cuenta la vida del hombre que quería ser el más poderoso de la región. Su nombre era Juan Francisco Ortiz, amo y señor de las tierras de la Macarena. Este Señor hizo un pacto con el diablo en el cual le entregaba a su mujer e hijos a cambio de mucho dinero, ganado y tierras.
El diablo le dijo a Juan que agarrara un sapo y una gallina a los cuales debía coser los ojos y enterrar vivos un Viernes santo a las doce de la noche en un lugar apartado, luego debía invocarlo con el alma y el corazón. Juan cumplió con lo encomendado. Pasando varios días, el hombre se dio cuenta que sus negocios prosperaban.
Una madrugada se levantó temprano y al ensillar su caballo divisó un toro negro imponente, con los cuatro cascos y los dos cachos blancos. En la tarde regresó de su trabajo y vio que el toro todavía se encontraba merodeando la casa. Pensó: “será de alguna vecina”.
Al otro día lo despertó un alboroto causado por los animales y se imaginó que la causa era el toro negro. Entonces trató de sacarlo de su territorio, pero no le fue posible. Cansado y preocupado por el extraño incidente se acostó, pero a las doce de la noche fue despertado por un imponente bramido.
Al llegar al potrero se dio cuenta que miles de reces pastaban de un lado a otro y así, su riqueza fue aumentando cada vez más.
Durante muchos años fue el hombre más rico de la región, hasta que un día misteriosamente empezó a desaparecer el ganado y disminuir su fortuna hasta que quedó en la miseria. Se dice que Juan Machete, después de cumplir su pacto con el diablo, arrepentido, enterró la plata que le quedaba y desapareció en las entrañas de la selva.
Cuenta la leyenda que en las tierras de la marranera deambula un hombre vomitando fuego e impidiendo que se desentierre el dinero de Juan Machete.
Algunos balseros del río afirman que la llorona se la pasa recorriendo las orillas buscando los restos de un hijo que mató hace mucho tiempo. Por su crueldad fue castigada por Dios y condenada a llorar por el resto de su vida hasta encontrar el último hueso de su bebé.
Las abuelas cuentan que a la llorona solamente le falta encontrar un huesito (la falange del dedo meñique de la mano derecha) para que termine su pena.
Cuando los niños pequeños están pujando mucho, se pasan por debajo de una cerca para que dejen de pujar.
El compadre bototo: cuando un niño ha sido alzado por una persona que ha estado en un cementerio o ha ido a un velorio se dice que el niño queda yelado, entonces se lo ofrecen al compadre para que le quite el yelo, llevando al niño a abrazar el tronco y colgando una prenda suya de una rama del árbol.
Cuando se está en algún parrandón o festividad, se acostumbra regar en el piso el primer trago del alcohol para ofrecerlo a los muertos.
Cuando se cae un cuchillo se dice que viene la visita de un hombre a la casa y cuando se cae una cuchara llega una mujer.
Cuando se le reza el novenario al recién fallecido, se deja un vaso con agua por que por la noche la persona viene a beber de ese vaso.
Cuando llega un nuevo miembro a la casa (bebé) le amarran una cinta roja en la muñeca derecha para que los espíritus del mal no se lo lleven.
Las mujeres recién casadas se ponen los calzones al revés para que las brujas (solteronas y envidiosas) no eviten que tengan relaciones con el esposo.
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