“Cuentan los que saben contar historias, que en el principio los indígenas no conocían ni el dolor, ni la tristeza, ni la muerte, hasta que apareció un espíritu maligno con cuerpo de mujer y cabeza de pájaro, se apoderó de la mujer indígena y ella llena de este espíritu del mal, tomó a su hijo y lo estranguló. Grande fue la tristeza del hombre indígena cuando vio que a sus tierras había llegado el dolor, la tristeza y la muerte. Por esto tomó a esta mujer y la abrió con su cuchillo, para sacarle el espíritu del mal y no lo encontró, por que el espíritu no es de palo ni de carne ni de hueso, pero tenía una solución purificarla con el fuego sagrado. Y fue así como durante muchas lunas los indígenas llevaron leña a la cima de cerro Bobalí allí armaron una gran pira, encima colocaron a esta mujer y la incineraron, sus cenizas se regaron por todo el universo y nacieron el hombre del color de la ceniza, el hombre amarillo, el hombre blanco, el hombre negro.”
“Un árbol tan alto, tan alto que su copa traspasaba las nubes y tocaba el cielo, y tan grueso, tan grueso, que cincuenta hombres no eran capaces de abrazarlo y empezaron a empujarlo y lo empujaron con tanta fuerza, que cuando el árbol cayó la tierra se estremeció y de las entrañas del árbol brotó agua y fue así como nacieron los ríos Catatumbo y de Oro, los mares y los océanos y sus aguas ahogaron a muchos hombres del color de la ceniza, los que no pudieron traspasar esas aguas para traer más odio, ambición y guerra, tuvieron que pedirle perdón al indígena barí quien fue muchas madrugadas al río Catatumbo a lavar su corazón del odio y del rencor, para poder perdonar al hombre del color de la ceniza. Por eso los indígenas nos miran sin odio y sin rencor pero si con desconfianza.” Tradición oral: Fabio Monrroy
Por el año de 1800 recién fundado el pueblo de Chitagá, no había párroco. El padre que administraba las parroquias de Cácota y Chitagá, acostumbraba rezar el rosario en forma solemne y piadosa, la gente del pueblo dejó de asistir al rosario porque se les aparecía un espanto.
Para solucionar el problema el padre invitó a unas personas para ir al pie de la montaña llevando una capa negra y el Santo Cristo bendito, rezando hasta llegar allí. Una vez llegados al lugar indicado, el padre ordenó a todos que miraran par atrás y pronunció estas palabras "Alma perdida, te condeno a ahuyentarte del pueblo y dejar la gente en paz, por cuarenta años, hacia las montañas del Quemado... Donde no haya latido de perro y cantar de gallo, ni llanto de niño".Tradición oral: Ildefonso Solano Villamizar
“En cierta ocasión en un barrio de la población de Chitagá, existía una gran cruz que había sido colocada por los vecinos de este lugar en agradecimiento a las benditas almas del purgatorio. Había un muchacho que vivía borracho. La madre preocupada por el juicio de su hijo resolvió rezarles a las benditas almas del purgatorio, quienes acudieron a su súplica.
El muchacho embriagado salió para su casa y al llegar a la esquina vio que bajaba una procesión que se detuvo frente a él, lo llevó hasta su casa y lo dejó en el andén. Mientras su mamá abría rápidamente la puerta y el hijo cayó privado en el suelo.”
Tradición oral: Judith María Carvajal Villamizar
“Se le llama así por la forma de la puerta de la cueva, parecida a la de una iglesia.
Un día estando el señor Luis Antonio y sus hermanos desyerbando habas, vieron salir de la cueva una gallina clueca con pollitos. Intentaron agarrarla pero la gallina entró a la cueva y no volvió a salir. Otro día estando don Ernesto y don Adolfo Rivera sembrando papas cerca de la cueva, vieron un cabrito muy bonito de color dorado, hicieron el intento de cogerlo pero entró a la cueva y no lo volvieron a ver. Un Jueves Santo, iba un señor por el camino y oyó sonar unas campanas y a medida que avanzaba se escuchaba más duro el sonido hasta llegar a la entrada de una cueva y se dio cuenta que el sonido venía de allí, le dio tanto miedo que no fue capaz de entrar.
Un día en vísperas de semana santa se derrumbó la cueva, de ella bajaron grandes piedras, un cajón y una piedra amarilla que cayeron al río, desde ese entonces no se volvió a ver ni a decir nada de ella.”
Socorro Calderón
Comunidad de Ritapá, coplas y leyendas Escuela Nueva.
Hace muchos años cuando la Hacienda Burguá pertenecía al clan Higuera, ilustres personas distinguidas, uno de los mayordomos narraba esta leyenda. “Siguiendo el camino real que del puente del Frayle subía a la colmenita, de ahí se bajaba a puente de tabla, luego pasaba por Pinchote, vega Rica, después de la Chinela sobre la Cañada Carbonal no había ningún puente y el camino era estrecho, rodeado de maleza.
Aunque fuera de día daba miedo pasar, una Barbacoa que aparecía atravesada en el estrecho sendero consternaba y acobardaba a los más berracos.
Uno de los patroncitos que por cierto era mujeriego viajaba a caballo desde el cerrito y en una de aquellas tenebrosas y tétricas noches cuando pasaba la cañada el caballo se detuvo en seco, un perrito guardián que siempre lo acompañaba temblaba y aullaba debajo de la bestia, motivos suficientes para que el apuesto caballero se incorporara de tan tremenda borrachera que llevaba, un murmullo de ultratumba y unas manos yertas lo agarraban y lo abatanaban en el pozo. Ya por la madrugada, preocupados porque el patrón no había llegado, uno de los cuidanderos salió en su búsqueda y la sorpresa fue terrible al llegar a aquél sitio y ver al caballo sin jinete y al perrito escondido. Siguiendo el rastro encontró a su estimado patrón tan pálido como un difunto, los dientes trabados y maltratado todo su cuerpo. Poco a poco, a medida qué rayaba el sol y con la ayuda de botellas de agua caliente reaccionó favorablemente; seguidamente le hicieron masajes, flexiones de los músculos y ya lúcido lo llevaron a la casa de la hacienda; allí fue dónde narró la terrible pesadilla de la noche anterior.
Este suceso trascendió preocupantemente a las cuatro familias de la vereda y se divulgó rápidamente; hay quienes no se atreven a transitar por allí en altas horas de la noche.”
Escuela Nueva de Burgua, Carmen Edilma Solano de F.
El pozo de Juana Naranja es el más encantador y admirable regalo que la madre naturaleza hizo a los salazareños. Tiene una extensión de ochenta metros de largo, por ocho metros de ancho y una profundidad de tres o cuatro metros. Se encuentra rodeado por paisajes hermosos y es lugar obligado para los turistas. El pozo fue conocido entre 1914-1915, cuando se abrieron los trabajos de la toma de agua para la planta eléctrica, antes todos lo ignoraban pues era aquella una selva muy tupida.
“Una india llamada Juana habitaba en la región de Agua Caliente y acostumbraba lavar sus ropas al pie del pozo. Un día observó con especial sorpresa que sobre las aguas bajaba una naranja inmensa que despedía resplandores brillantes. Ella, atraída por el fascinante reflejo, penetró en las aguas para rescatar la naranja encantada. Al hacer contacto con ella, Juana fue conducida a las profundidades del pozo, donde aún permanece oculta”.
"Cuentan antiguas leyendas que hubo en un tiempo dos amantes pertenecientes a opuestas tribus indígenas guerreras. Los amores de estos mozos eran contra el querer y a hurtadillas de sus respectivos caciques; ambos eran de sangre real y sus citas nocturnas las efectuaban junto a un brocal de un ancho pozo, punto intermedio entre los lindes de sus pueblos. En una noche de plenilunio estaban los amantes en amoroso coloquio junto al pozo y la luna llena retrataba su disco de oro en la profundidad de las aguas. La india pidió a su galán que le regalara aquel hermoso y rutilante disco que brillaba en la cima. El amante no atreviéndose a negar nada a su amor, se arrojó a la profundidad en busca del codiciado tesoro, con tan mala suerte, que no volvió a aparecer jamás. La india desesperada por su tardanza, se lanzó a las aguas tras él para no aparecer más nunca. Cuenta la tradición que en noches de plenilunio, emerge del pozo una naranja de oro, se ve a la india llorando y dando vueltas en torno a ella, bregando por alcanzarla.
Génesis de Salazar de las Palmas, Ramón Cárdenas Silva.
“Otra de las leyendas alucinantes conocida por los salazareños es la referente a la cueva de mil pesos. Está situada en la Vereda La Loma y, con morbosa afirmación, se dice que los Viernes Santos a las tres de la tarde se abre y los tesoros inmensos que guarda en sus entrañas brotan por encanto y salen a la superficie para la contemplación de las gentes. Toda esta leyenda se ha venido transmitiendo de boca en boca y de generación en generación.
Se asegura que la cueva es de una profundidad inmensa. En el año 1908 una expedición encabezada por don Rogelio Vergel, provista de lámparas herramientas y armas de toda especie logró penetrar unos cien metros, venciendo graves dificultades y luchando contra culebras, murciélagos y arañas que abundaban por todas partes. La expedición dejó como recuerdo de esa hazaña una placa que dice: Rogelio Vergel y otros 1908. Afirmaron los de la expedición que habían encontrado cavidades y bóvedas indígenas, numerosas habitaciones de piedra y un salón con jeroglíficos.
Posteriormente, en el año de 1934 otra excursión integrada por varios jóvenes del pueblo entre quienes recordamos a Rafael Escalante, Rafael Vergel, Fernando Andrade, Gilberto Guerrero (patetranca) y otros, también penetraron en ella y alcanzaron a llegar al sitio donde estaba la placa de la expedición de don Rogelio Vergel.
Afirmaron que la boca de la cueva se había angostado, tal vez la misma naturaleza se había encargado de ello. Dejaron también en las paredes sus nombres como recuerdo de la proeza por ellos realizada.
Hay quienes afirman que son viejos socavones de una antigua mina de oro explotada por los españoles en la época de la Colonia. Según algunos historiadores, entre ellos el doctor Luis Miguel Marciales Torres, es esta la célebre mina Mil Pesos que fue descubierta por los primeros moradores de Salazar de las Palmas y que ayudó a sostener la vida, desde un principio muy precaria, de los habitantes que se hallaban rodeados por los belicosos motilones y muy distantes de Ocaña y San Cristóbal.
Génesis de Salazar de las Palmas, Ramón Cárdenas Silva.
“Cuentan que inicialmente los barí (indígenas apodados motilones) habitaban otro planeta y lo desforestaron de tal modo que Dios, preocupado por sus hijos comenzó a mirar qué hacer y fue así como observando otros planetas se fijó en uno en especial ya que sus tres cuartas partes estaban formadas por agua y tenía bastante vegetación. Ordenó a todos sus hijos cortarse el cabello, que tenían bastante largo, a nivel de la oreja, y con estos cabellos tejieron una gran trenza tan larga, tan larga, que alcanzó el planeta por él visto y que habían bautizado tierra. El final de la trenza se posó encima del cerro Bobalí (Convención, Norte de Santander) y por allí envío una pareja de indígenas, que al posar sus pies sobre el cerro se quedaron perplejos de la vegetación, los animales, la riqueza de este planeta y no regresaron. El Dios envió a otros más y a los últimos los envió con la semilla del árbol de la vida, el árbol que controla el agua y el color del agua, un árbol tan grande que su copa traspasa las nubes y toca el cielo y tan grueso que cincuenta hombres no son capaces de abrazarlo.
Cuentan que cierto día una pareja de indígenas hombre y mujer pasaron por allí y observaron que pegado al árbol caía un bejuco de cabello y decidieron trepar por el para conocer a Dios, cuando estaban por llegar a la copa, Dios se enfureció y los castigó convirtiendo al hombre en Sol y a la mujer en Luna. Es por eso que el sol del Catatumbo alumbra tan fuerte, pues es un guerrero barí furioso por haber sido separado de su mujer y el rocío son lágrimas de la Luna que llora de tristeza por haber sido separada de su esposo.”
Cuando los indígenas del Norte de Santander aún eran libres, existían muchas comunidades, una en especial llamada cíneras, quienes siempre tuvieron conflicto con los guanes, de Santander. El cacique Cínera cansado de tanto pelear, envió a su hija Zulia en misión de paz a tierras de los guanes. Estando Zullia allí, apareció por estas tierras un español, Diego de Montes y arrasó con la comunidad ciñera y al indefenso cacique lo ahorcó colgándolo de un árbol de caracolí. Cuando Zulia venía de cumplir su misión de paz, se encontró con un reducto de indígenas cáchiras que huían despavoridos de los españoles y contaron a Zulia lo que había pasado a su pueblo. Zulia, que no se atrevía a creerlo, porque en su mente no cabía que el ser humano fuera tan perverso, se disfrazó de vasallo, llegó hasta muy cerca de su casa y pudo observar con sus propios ojos que efectivamente su padre colgaba de un árbol de caracolí. De sus bellos ojos brotaron lágrimas de indignación, de su pecho salió un grito de dolor y de sus labios salió un llamado a todos los indígenas de los alrededores. A este llamado acudieron, guanes, cáchiras, chitareros, cotecos y cúcutas. Con los cúcuta acudió un príncipe indígena llamado Guaymaral, hijo del cacique Mará que habitaba el lago de Coquivacoa.
Más de dos mil indígenas acudieron al llamado de Zulia, en la actual Pamplona, y armaron dos columnas: mil al mando de la hermosa princesa y mil al mando de Guaymaral, marcharon sobre el campamento español que se encontraba ubicado en el sitio actual de Arboledas y Diego de Montes no supo en qué momento pagó con su vida todas las maldades y robos que le había hecho a los indígenas. Esa noche los indígenas triunfantes festejaron con alegría y jolgorio, y Zulia y Guaymaral se unieron en matrimonio y fijaron su residencia al lado del torrentoso río Sulasquillo. Vivieron felices por varios años hasta que llegó otro español, Diego de Parada y los tomó al descuido arrasando con todo lo que encontraba a su paso. Hay quienes contaron que vieron a Zulia morir a caballo, incitando a sus guerreros a la lucha y Guaymaral herido, huyó buscando la protección de su padre y prometió que todo lo que tocara se llamaría como su gran amor, Zulia. Es así cuando mal herido atraviesa el torrentoso río Sulasquilla y lo bautiza Zulia. El pueblo donde vivió ahora se llama Zulia y cuando toma posesión de sus tierras a la muerte de su padre, se crea el Estado Zulia de Venezuela.
Del Mito a la leyenda, Fabio Eliécer Monrroy.
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